05 noviembre 2011

La ley electoral y el voto de castigo. Pensar para reaccionar.

Para empezar quiero reiterar algunos conceptos importantes de cara al próximo 20 de noviembre de 2011 en España.

Votar PP o Psoe, o alguno de los partidos “bisagra” que favorecen sus políticas con contrapartidas económicas y no ideológicas, supone elegir las mismas recetas económicas neoliberales que llevan desmontando poco a poco nuestro estado en las últimas décadas, las que realmente nos afectan en profunididad y a largo plazo pues influyen en cualquier otra esfera política. Las diferencias son puro marketing publicitario.

Votar en blanco se contabiliza en el total de votos emitidos, lo que implica dificultar la entrada de partidos pequeños en cada circunscripción. Esos votos recibidos por los pequeños partidos, si no alcanzan el mínimo, simplemente se pierden y los escaños en juego, simplemente se acaban otorgando a los partidos mayoritarios.

Votar nulo no se contabiliza para nada en el reparto de escaños, pero, al igual que ocurre con la abstención, retira votos válidos a partidos por lo que supone una posible representación perdida.

La abstención, por alta que sea, aún cuando fuera mayoría, no se tiene en cuenta nada más que para lamentos postelectorales. En cuanto el gobierno toma posesión se olvida de ello. Los políticos, además, suelen achacar la abstención a la falta de implicación del elector, por lo que incluso les suele servir para tachar a los abstencionistas de ciudadanos irresponsables aún cuando su acción (o inacción) haya estado bien meditada. Se meten en el mismo saco los que utilizan la abstención como crítica y los que simplemente prefieren quedarse viendo el fútbol, por lo que el mensaje crítico se obvia por completo. Uno se abstiene cabreado, pero el efecto es nulo.

Por contra, y dada la forma en que se asignan escaños en la ley electoral actual, los partidos más votados adquieren muchos más escaños gracias a la abstención. Mientras PP y Psoe mantienen una base de votantes fija, otros partidos pierden electores en forma de abstención por lo que el porcentaje final de votos de los dos grandes crece. Por ejemplo, en las pasadas municipales, una disminución de votos por parte del PP de Camps, acompañado de un mayor número de abstencionistas, provocó, oh! sorpresa, un aumento de escaños para un gobierno que se presentaba a la reelección con diez imputados en sus listas. Este es el verdadero efecto de la abstención, por más que las motivaciones sean buenas.

Es importante saber qué queremos, pero también saber qué estrategia es la mejor para conseguirlo.

Y es que, puede parecer que sabemos de todo sobre nuestro sistema electoral, pero a pesar de los muchos artículos y reportajes que podemos encontrar en cualquier sitio, aún andamos bastante perdidos en algo que nos afecta a todos. Y precisamente por afectarnos a todos estaremos perdidos en ello siempre y cuando no esté bien informada TODA la población, algo que muchos intereses creados parece querer evitar. De falsas creencias y convencimientos equivocados están las urnas llenas… o vacías.

En este país que se llama España desde hace apenas unos siglos, hay millones de personas implicadas y reactivas a lo que pasa en sus calles, plazas y congresos. Esta reactividad, muy pasional quizá por la cosa latina, se deja llevar muy a menudo por la ira y el cabreo, elementos éstos que para cualquier experto en la materia no son otra cosa que elementos motivadores pero muy alejados del objetivo final. Los españoles quieren un cambio, eso es un hecho, pero el enfado les lleva a confundir el desahogo inmediato con su objetivo real. De sentimientos así surge el llamado voto de castigo, aquel que se emite contra alguien y no a favor de una idea. Toda actitud encaminada a rechazar algo molesto en lugar de buscar aquello que de verdad puede interesarnos, es un paso atrás incluso aún cuando a veces acertemos. En política es difícil acertar votando a la contra por un motivo sencillo, la prensa está centrada en dos alternativas políticas opuestas en apariencia, pero iguales en el fondo, lo cual hace que ese voto irreflexivo, de cabreo, vaya a parar en su mayoría a la oferta complementaria de aquella que nos ha sacado de quicio. El resultado es obvio, seguimos cavando en el mismo hoyo en el que caímos cuatro años atrás.

El cabreo por tanto nos hace recaer en el error, pero claro, es mucho más cómodo. El ahorro cognitivo que supone dejarse llevar por la tendencia mayoritaria es en apariencia rentable si la alternativa supone tener que buscar en los medios menos visibles un programa político que pueda acercarse realmente a lo que podría hacernos ser mejores como sociedad. Solo tenemos a mano algunos medios muy influidos por el poder económico, y de ellos nos fiamos para aliviar nuestro enfado. Hoy día, herramientas como Internet, están solucionando en parte el problema, pero en el tiempo en que los poderes fácticos tarden en controlarlos como se hizo con radio, televisión o prensa escrita, el efecto liberador de los nuevos medios libres será parcial. De hecho la supuesta libertad de muchos medios se ha utilizado siempre como ejemplo de democracia, mientras la gran masa sigue hipnotizada por los mass media.

El pensamiento, la ideología, la reacción ante lo que no nos gusta no puede dejarse en manos de este ahorro de recursos mentales. Tenemos que poner toda nuestra capacidad reflexiva al servicio del objetivo final, la mejora de esta sociedad que lleva décadas dando pasos atrás en buena parte por nuestra tendencia a cavar para salir del agujero, a votar rojo o azul, Barça o Madrid, Pepsi o Coca… Toca pensar, hablar, probar, romper moldes. Toca dar un paso adelante en este momento histórico que vivimos en el que de verdad puede ser inevitable la remodelación de nuestra forma de vida. Si así lo hacemos, podremos ser nosotros mismos los diseñadores de ese futuro.


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