20 noviembre 2011

Pequeñas luces dentro del túnel de la política española

Hoy día 21 de noviembre de 2011 no hace falta hacer un profundo análisis para encontrar malas noticias en los resultados electorales. Una legislatura de mayoría absoluta me atrevería a decir que es mala en cualquier caso, sobre todo cuando el partido elegido no ha obtenido más que un tercio de los votos posibles. En circunstancias así, más de dos tercios de la población suele quedar relegada al ostracismo político e ideológico, con una representación en el parlamento muy por debajo de su realidad social, sea quien sea el partido gobernante. 

No vamos a descubrir hoy ni a repetir la injusta situación a la que nos aboca la actual ley electoral, que en estas circunstancias puede dormir tranquila unos cuantos años más sin miedo a que la modifique aquel que se beneficia de ella directamente. Pero sí que voy a llamar la atención de un hecho dramático, la abstención. Independientemente de las reglas del juego somos muchos los que hemos luchado por informar sobre el peligro que conlleva, y el resultado lejos de llegar, se aleja. La abstención ha aumentado en estas elecciones legislativas provocando un efecto preocupante para el reflejo de la democracia en el Congreso de los Diputados. El partido ganador, el PP, ha aumentado sus resultados en unos 600.000 votos, pasando de 10,2 millones a 10,8 millones de papeletas recibidas. En escaños esto se ha traducido en un salto de 154 a 186 escaños, logrando la mayoría absoluta sin paliativos a la hora de tomar cualquier decisión en el Congreso. Estos 10,8 millones suponen, y aquí está lo preocupante, unos 400.000 votos menos que su rival el PSOE en 2008. Recordemos que el PSOE obtuvo 169 escaños en aquella elección, ¡15 menos que el PP hoy! 

En resumen, el PP gana la mayoría absoluta en 2011 con menos votos de aquellos con los que el PSOE se quedó a las puertas en 2008. Esto no puede verse nunca como una buena noticia para la supuesta democracia representativa que rige en España, y queda explicada en su mayor parte por la abstención. 

Por otro lado, haciendo el esfuerzo necesario en analizar detalles que los titulares no reflejan fácilmente, hay que subrayar algunas tendencias esperanzadoras en el panorama político nacional. La primera es evidente, tras la amplia campaña de los movimientos sociales para debilitar el injusto bipartidismo vigente, la huella no se puede disimular. El mordisco al bipartidismo es muy significativo tras una subida muy moderada del PP y una caída estrepitosa del PSOE. Con el recuento cercano al 100% podemos decir que la suma de PP y PSOE pierde unos 2,5 millones de votos y 27 diputados. La Ley D´Hont se encarga de minimizar las pérdidas, ya que la suma de votos de PP y PSOE es de menos de 18 millones, repartiéndose 296 escaños y la del resto de partidos es de 6,5 millones, para repartirse sólo 54 escaños. Como ven los porcentajes no cuadran, pero son las reglas del juego, y cuando aparecen sobre la mesa 9,6 millones de abstencionistas, la losa bipartidista se acentúa.

Por otro lado podemos encontrar pequeñas victorias que hablan de una mayor pluralidad en la vida pública, a pesar de que en el Parlamento no se refleje adecuadamente. Los nuevos grupos parlamentarios de UPyD (si al final logra completarlo), Amaiur e Izquierda Unida son necesarios para el debate de fondo que se debe generar en una legislatura en la que nos jugamos dar un paso atrás histórico en nuestra democracia. La entrada tibia e insuficiente de Equo deja mal sabor de boca, pero también suena a primer paso para otro espacio más de pluralidad que España necesita cada vez más. Y la sensación de que lo que sucede en las calles, sobre todo desde el 15M, no se pierde completamente entre los mecanismos de autodefensa del poder, anima a seguir por un camino duro, pero que no tiene otro fin que lograr un cambio real en nuestras estructuras democráticas. 

Es el momento de seguir creyendo en ello y de continuar en las calles. Desde hoy, además, exigiendo  al nuevo presidente, con mayor presión que nunca, que cumpla con su más sagrada obligación, la de gobernar realmente para los ciudadanos de este país y para ningún otro interés político o económico parcial. Que así sea.

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